Los festivales llevan unos años de moda y esta no es precisamente pasajera. Toda ciudad o comunidad que se precie tiene un evento cultural de este tipo que se consolida como un motor económico de la misma y supone un escaparate para atraer a turistas y curiosos. En Huesca contamos, entre otros, con el Festival Internacional de las Culturas Pirineos Sur.
Con la generalización del consumo de ocio como una función más en las ciudades postindustriales, los festivales han jugado un papel importante en el desarrollo del turismo y del patrimonio urbano, así como en la transformación de los entornos.
Sin embargo, estos ya no son meros instrumentos de carácter cultural dirigidos a un público concreto, sino que se erigen como parte de la estrategia de desarrollo local y urbano que intenta satisfacer nuevas necesidades recreativas y culturales, así como dinamizadores del sector turístico. Hoteles, restaurantes y comercios atienden más demandas y generan más empleo y necesidad de profesionales especializados.
La asistencia a estos eventos, sin duda, se traduce en un impacto económico cuantioso en la localidad donde se celebra. El pasado mes, el Bilbao BBK Live, con 120.000 espectadores supuso alrededor de 20,4 millones de euros a la capital vasca. Los festivales de Avignon, Edinburgh o Salzburg aportan ingresos superiores a los 6-10 millones de euros anuales y el FIB de Benicàssim acoge más de 150.000 espectadores que tributan 20 millones de euros.
Pirineos Sur no se queda atrás, ya que su última edición en 2013 se saldó con 54.000 asistentes con una repercusión económica de 8,2 millones de euros entre la recaudación turística, la inversión de la organización y la valoración del impacto de la cita en los medios.
La mejor manera de estimular la asistencia es mediante la explotación de experiencias efímeras que representan una oportunidad única e irrepetible. En el festival de cine de Cannes se reúnen más medios de comunicación que en cualquier otro evento de este tipo. La cobertura solo es inferior a la de acontecimientos de magnitud global como los JJOO o los mundiales de fútbol.
La organización de un festival revaloriza el patrimonio de una región y desarrolla su atractivo turístico, creando nuevos nichos de mercado capaces de captar mercados emergentes como, en este caso, el de los eventos de temática medioambiental, de música del mundo o de cine étnico.
Según un estudio realizado por la Universidad de Zaragoza, los sectores de comercio, restauración y alojamiento del Valle de Tena ven incrementada su actividad hasta un 10% durante los días de celebración del festival. Algunos establecimientos cuelgan el cartel de completo, en especial en Lanuza, donde se encuentra el auditorio musical y en Sallen de Gállego, que acoge el Mercado de las Culturas.
El mismo estudio revela que por cada euro invertido por la DPH se reinvierten 10,38 euros. Casi la mitad del gasto cultural se queda en el Valle de Tena y resto de la provincia oscense, además de las infraestructuras fijas que se han construido gracias al festival, como el auditorio de Lanuza. El compromiso de Pirineos Sur con el tejido económico aragonés es evidente, ya que el festival contrata un 80% de las necesidades que tiene a empresas de la Comunidad.
El impacto social
Un festival, a pesar de encuadrarse en el turismo musical, no solo comprende actuaciones y conciertos, sino una serie de actividades complementarias que fomentan la socialización y el encuentro entre personas con intereses comunes, en un espacio concreto.
No todo el impacto es económicamente tangible, también cabe destacar la labor y compromiso social que un festival genera en todos sus implicados. Por ejemplo, el Festival de Músicas Religiosas y del Mundo de Girona se plantea objetivos de integración social de colectivos emigrantes y la difusión de manifestaciones de otras culturas.
Pirineos Sur lleva veintidós años consolidado como punto de encuentro entre culturas y sonidos en un entorno mágico y privilegiado. Para ello, cuenta con la presencia de músicas y culturas provenientes de los cinco continentes y se idean especiales dedicados a creadores de diversos países, regiones y movimientos musicales. En esta edición, y bajo el epígrafe “Femenino Plural”, la mujer es el hilo conductor de toda la programación.
Además, el festival se constituye como una herramienta educativa, ya que ha desarrollado un programa didáctico en los centros educativos de la provincia de Huesca sustentado en cuatro ejes temáticos: la diversidad cultural, la cooperación cultural, la biodiversidad y la igualdad de género.
El turismo también tiene un impacto social en sus residentes: incrementa el orgullo local y crea identidad cultural, cohesión e intercambio de ideas.
En definitiva, los festivales de música no solo contribuyen a ampliar la oferta de ocio de una región, generar animación turística y revalorizar el patrimonio, sino a la creación de puestos de trabajo directos e indirectos, nuevas oportunidades para residentes y empresas y la construcción de escenarios e infraestructuras.